Escucha al Hijo
- Eric Pardin

- 26 jul
- 4 Min. de lectura
Jesús dijo una vez que entre los doce discípulos había algunos que no probarían la muerte hasta que lo vieran venir a su Reino. La semana pasada, terminamos con esa pregunta: ¿qué quiso decir Jesús? Todos los discípulos finalmente murieron. Entonces, ¿vieron a Jesús venir a su Reino?
A veces, cuando nos acercamos a la Palabra, no entendemos todo de inmediato. Pero aquí hay algunas verdades importantes para recordar:
Dios no se confunde. Cuando Jesús habla, dice la verdad. Dios nunca miente.
Jesús es más sabio que nosotros. Sus caminos son más altos que los nuestros. A veces dice algo que no entendemos, no porque no sea cierto, sino porque aún no estamos listos para comprenderlo.
El contexto es clave. Al leer la Biblia, comprender el contexto es clave.
La Escritura interpreta la Escritura. Si un pasaje no es claro, Dios suele explicarlo en otro pasaje.
Así que, volviendo a nuestra pregunta: ¿Ya vino Jesús en su Reino? Mateo 17:1 dice: «Seis días después, Jesús llevó a Pedro, a Jacobo y a Juan a un monte alto». Allí se transfiguró ante ellos: su rostro resplandeció como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
Si observamos el pasaje paralelo de Lucas 9:28, dice «unos ocho días después». Algunos críticos dicen: «¡Ajá! ¡Qué contradicción!». Pero piénsenlo: si hoy es domingo y digo «dentro de seis días», nos referimos al sábado. En algunas culturas, como en Colombia, decir «dentro de ocho días» simplemente significa «dentro de una semana». No hay contradicción, solo diferentes maneras de expresar el tiempo. Dios usó la personalidad y el estilo de expresión de cada escritor para comunicar su verdad.
Volviendo a la transfiguración, Jesús cambió de forma ante sus ojos. Estaba radiante. Su gloria, la que compartió con el Padre antes del principio del mundo, fue revelada.
¿Qué hacían los discípulos durante ese momento divino? Según Lucas 9:32, ¡dormían! Al igual que muchos de nosotros espiritualmente, Jesús quiere hablarnos, transformarnos, pero estamos espiritualmente dormidos.
Pero cuando despertaron, vieron su gloria. Y no solo la suya: ¡Moisés y Elías estaban allí hablando con él! Moisés trajo la ley del monte Sinaí, y Elías fue un poderoso profeta que fue llevado al cielo en un carro de fuego. Dos pilares de la fe, hablando con Jesús.
¿Cómo reconocieron a Moisés y a Elías? Podría ser un vistazo al cielo, donde nos conoceremos como somos conocidos.
Pedro, abrumado por la emoción, dice: «Señor, qué bueno que estemos aquí. Déjame construir tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro, como muchos de nosotros, habla antes de pensar. Quería honrar a los tres, pero al hacerlo, sin querer, estaba poniendo a Jesús al mismo nivel que los otros dos.
A veces hacemos lo mismo: tratamos las palabras de Jesús como una opinión entre muchas, en lugar de considerarlas la autoridad final.
Pero mientras Pedro aún hablaba, una nube brillante los cubrió, y una voz del cielo lo interrumpió: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. ¡Escúchenlo!».
Pedro no oyó lo que Jesús decía porque estaba demasiado ocupado pensando en sus propias ideas. Pero Dios Padre lo dirige todo hacia Jesús: «Escúchenlo».
Eso es lo que Dios siempre hace: señala al Hijo. El Espíritu glorifica al Hijo. La Iglesia existe para glorificar al Hijo. Cuando nuestra mirada se desvía de Jesús, Dios, a través de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, amorosamente nos devuelve la atención.
Dios estaba diciendo: «Pedro, deja de escuchar tu propia voz. Escucha a mi Hijo».
Es raro en la Biblia que Dios Padre interrumpa a alguien a mitad de una frase. Pero aquí lo hace, porque Pedro estaba a punto de cometer un grave error.
¿Cuántas veces deseamos que Dios nos interrumpa antes de que arruinemos las cosas? A veces lo hace: con una pequeña señal, un amigo o su Palabra. Esa interrupción es una muestra de su amor. Cuando no lo hace, puede ser porque nos permite aprender de nuestras propias consecuencias, pero siempre con los brazos abiertos, esperando recibirnos.
Cuando los discípulos oyeron la voz del Padre, cayeron rostro en tierra, aterrorizados. Pero Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: «Levántense. No tengan miedo».
Y cuando alzaron la vista, no vieron a nadie más que a Jesús.
Eso es todo lo que necesitamos: solo a Jesús. Cuando tus ojos están llenos de Él, el miedo desaparece.
Pedro acababa de cometer un error. ¿Qué esperaba? ¿Una reprimenda severa? ¿Un castigo? En cambio, Jesús le trajo consuelo. Esa es la gracia. Esa es la imagen de la salvación.
Cuando reconoces tu pecado y la santidad de Dios, esperas el juicio. Pero entonces ves a Jesús, con los brazos abiertos en la cruz, diciendo: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les haré descansar».
Cuando Jesús llena tu visión, no necesitas nada más.
Mientras bajaban de la montaña, Jesús les dijo que no le contaran a nadie lo que habían visto hasta después de la resurrección. Tenían que entender que lo que vieron no se trataba solo del resplandor de Jesús. Era un mensaje de Dios: Escuchen al Hijo.
¿De qué hablaban Jesús, Moisés y Elías? Lucas 9:31 nos dice: estaban hablando de su partida, la





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