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Perdonar para perdonar: Vivir la misericordia de Dios en un mundo lleno de ofensas

Introducción: Un Corazón Listo para Escuchar


Comenzamos nuestro tiempo juntos en oración, pidiendo al Señor que nos diera manos limpias, corazones puros y oídos listos para escuchar su voz. En medio de las distracciones de la vida —festivales, inquietudes, preocupaciones personales— muchos olvidamos que un reino espiritual está en plena acción. Jesús nos llama a estar atentos, no solo a lo que nos rodea, sino a lo que Él hace en nosotros.


La Ofensa y el Ofendido: Aprendiendo de Pedro


Jesús a menudo enseñaba de maneras que revelaban la condición de nuestro corazón. Tomemos como ejemplo la pregunta de Pedro en Mateo 18:21: «Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?». Él creía que estaba siendo generoso. Pero la respuesta de Jesús —«No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete»— enseñó una verdad más profunda: el perdón no tiene límites.


Jesús procedió a contar la parábola del siervo implacable. Un hombre le debía a un rey 10,000 talentos (el equivalente moderno: millones). El rey le perdonó la deuda por completo. Sin embargo, ese mismo hombre se negó a perdonar una deuda mucho menor que le debía un compañero de servicio. En cambio, lo apresó y lo castigó severamente.


El mensaje es claro: quienes perdonan deben perdonar.


Por qué nos cuesta perdonar


Cuando nos negamos a perdonar, nos encerramos en una prisión de amargura. Los verdugos a los que se refiere Jesús en la parábola simbolizan la angustia emocional y espiritual que surge al albergar resentimiento: úlceras, ansiedad y aislamiento relacional. El perdón, entonces, no es solo un mandato. Es un regalo para nosotros mismos.


Dos tipos de ofensas: pasar por alto o confrontar


Jesús enseña discernimiento en Mateo 18. Algunas ofensas (pequeñas ofensas, malentendidos) pueden y deben pasarse por alto con amor. Otras (abuso, traición profunda, estafa financiera) requieren confrontación. En estos casos, el perdón sigue siendo la meta, pero debe ir acompañado de verdad, responsabilidad y arrepentimiento.


Debemos reflejar el perdón de Dios, ofrecido plena y libremente a quienes se arrepienten. Y si alguien se niega a abandonar su pecado, la iglesia, por amor, debe llamarlo al arrepentimiento. Si se niega de nuevo, debe ser tratado como un incrédulo, no con odio, sino con constante acercamiento y oración.


¿Qué significa el perdón?


El perdón no es olvidar. Es apartar el pecado, negarse a cargarlo sobre la cabeza de alguien. Es dejar atrás la pesada mochila de la ira y la amargura y tomar el yugo de la gracia. Cuando Dios nos perdonó, arrojó nuestros pecados a las profundidades del mar (Miqueas 7:19), no se acordó más de ellos (Hebreos 10:17) y nos coronó de misericordia (Salmo 103).


¿Cómo sabes que has perdonado?


Sencillo: puedes orar por la persona que te hizo daño. Incluso cuando el recuerdo resurja, si le pides sinceramente a Dios que la bendiga, la habrás liberado, y también a ti mismo.


Reflexiones finales: El perdón es el camino a seguir


Jesús concluyó su enseñanza en Mateo 18 con la siguiente advertencia: «Así también mi Padre celestial hará con ustedes si cada uno de ustedes, de todo corazón, no perdona a su hermano». No nos arriesguemos a ser atados de nuevo por el pecado y el tormento simplemente porque nos negamos a compartir lo que hemos recibido.


Las personas perdonadas perdonan.

 
 
 

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